Thursday, October 12, 2006

Periodistas chilenos en Palestina: Un relato del horror que viven los palestinos

(Fuente: Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile)

Treinta dí­as estuvo el encargado de comunicaciones del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile, Sergio Trabucco Zerán, en una gira por Medio Oriente que realizó el pasado mes de julio junto a su madre, la periodista Faride Zerán, en un viaje de reporteo e investigación y que contó con el apoyo de la embajada Palestina en Chile y con la ayuda de toda la representación diplomática chilena en Medio Oriente.

En dicho viaje los periodistas se reunieron con polí­ticos, intelectuales, académicos y estudiantes de Lí­bano, Siria, Jordania, Israel, Palestina y Egipto, para tomar el pulso de una zona en constante conflicto. El eje central de ese viaje era reportear sobre las implicancias del muro de separación que Israel construyó para separar al pueblo palestino, pero a ese eje central se sumó el conflicto que hoy se vive en el Lí­bano. A continuación su crónica.

Esta es la primera vez desde que salí­ de Medio Oriente que me siento a escribir. Me habí­an pedido que lo hiciera para distintos medios estando en la zona, pero no pude, las palabras no salí­an y pasaba largo tiempo sentado frente al computador sin poder escribir ni una sola lí­nea. Sólo rondaba mi cabeza las imágenes, los olores y los sabores de un viaje que sin duda no podré repetir, porque gran parte de lo que vi ya no existe.

Quise ir con mi madre a la tierra de nuestros orí­genes para entender un poco más el mundo árabe, nuestro pasado y poder ver de dónde vienen nuestras raí­ces. Compramos dos boletos hasta Beirut, en un acto que debo reconocer, fue de mera casualidad, porque bien pudimos empezar el viaje desde otra parte, pero no fue así­. El 2 de julio aterrizábamos en la capital libanesa y en el mismo aeropuerto que los israelí­es bombardearon, destruyendo sus pistas de aterrizaje poco tiempo después que saliéramos de ese paí­s, dejándolo incomunicado por cielo, mar y tierra.

El viaje tení­a su eje central en investigar, entrevistando a polí­ticos, intelectuales, académicos y estudiantes, sobre las implicancias para el mundo árabe de la construcción del muro de separación de ocho metros de alto por seiscientos kilómetros de largo que los israelí­es construyeron para aislar a los palestinos, un muro horroroso que sólo crea odio y dolor y que tiene como verdaderos prisioneros a los palestinos que viven al interior de él.

En Beirut nos reunimos con intelectuales y polí­ticos, entre ellos el Presidente Emile Lahoud y el lí­der y dirigente del Partido Alianza Druza, Walid Yumblat, ambos con una nula capacidad de proyección polí­tica, ya que sólo se miraban el obligo sin poder ver más allá de los cedros para darse cuenta de lo que se veí­a venir.

Palestina

Atrás quedaba Jordania mientras los cuarenta grados de temperatura reventaban el termómetro que alcanzaba a ver desde el asiento trasero de ese automóvil. En él, el Cónsul de Chile en Amman, un policí­a jordano, mi madre y yo.

A los pocos metros un policí­a israelí­ nos detuvo y ordenó que el Cónsul y el policí­a jordano abandonaran el automóvil, debiendo esperar en el calor sofocante.

Estábamos el chofer, mi madre y yo, cuando alcanzo a ver por el espejo retrovisor que las lágrimas de ese hombre empezaban a recorrer su rostro. La brisa caliente de los cuarenta grados invadió el automóvil al mismo tiempo que el chofer bajaba todas las ventanas. Al preguntarle qué le pasaba el respondió: "yo soy palestino y hace treinta años que no vuelvo a mi tierra. Hoy es la primera vez desde que me expulsaron que puedo volver aunque sea por unos segundos".

Al llegar a la frontera me abrazó y me pidió que por favor le trajera una rama con hojas de olivos para poder mostrárselo a su familia. Y así­ lo hice.

Estoy impactado por lo que vi. Esos cientos de kilómetros de muro es algo que jamás habí­a visto. Los palestinos no pueden atravesar ni circular libremente y cuando quieren salir, deben pedir permiso a la autoridad israelí­ con al menos dos meses de anticipación, permiso que casi nunca se los otorgan.

Un dí­a en Belén esperaba a mi madre cuando llegaron seis mujeres musulmanas. Una de ellas me habló en inglés y me contó su caso. Ella, de veinte años, habí­a vivido toda su vida en calidad de refugiada y me explicó que una de las formas que los judí­os tienen para atacar a los palestinos es denigrar su orgullo, atar a los padres y golpearlos en frente de toda la familia. Fue ahí­ cuando me di cuenta de que la verdadera resistencia la tienen los musulmanes, ya que los cristianos están deprimidos y sólo quieren salir de ahí­. Es terrible saber que esa niña que quiere estudiar, sólo puede ir a la universidad si los encargados del check point la dejan, porque hay dí­as en que se cierra el paso y nadie puede atravesar.

Entre las ruinas, los sabores, las fiestas, las pirámides y todo lo que vi en Medio Oriente, me quedo con el recuerdo de los arguiles que fumé con los palestinos y las ganas que tengo de volver a pisar esas tierras. De poder ayudar a que la opinión pública internacional haga algo por ellos, por ese pueblo al que no se les respetan sus derechos y donde los acuerdos de las Naciones Unidas se los lleva el viento. Pienso en los diez mil presos palestinos, en su mayorí­a mujeres y niños que están encarcelados y que sus vidas parecen no valer más que las de dos judí­os, cuando se supone que todos somos iguales.

Sólo espero que los pocos judí­os que no piensan que todos los palestinos son terroristas y que los pocos palestinos que no odian a los judí­os puedan hacer algo, algo como vivir en paz.

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