Thursday, August 31, 2006

Opinión: No sólo piedras, también arrasan la vida, los sueños, los recuerdos...

La vida cotidiana: el ejército de ocupación israelí sigue demoliendo hogares en Palestina
Mira Nabulsi
Zajel.org

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Nadia Hasan y revisado por Caty R.

En Palestina, lo primero que haces a primera hora de la mañana es encender la TV y la radio, revisar sitios Web y periódicos… ¿Cuáles son las últimas noticias? ¿Alguna invasión? ¿Es seguro ir al trabajo? ¿Otro día normal u otro día normal? ¡La primera situación normal es tener una invasión israelí en la ciudad, mientras que la segunda es despertar tranquilamente y anticipar una invasión para la tarde o para la noche!

Hoy el blanco de los ataques fue la casa de un amigo mío. Desperté para oír las noticias que divulgaban por todas partes. Me sentí diferente ya que conocía bien el edificio. Quizá por el hecho de conocerlo y a las personas que se vieron sometidas a los usuales ataques israelíes, con el desenlace previsto, esta vez fue un poco más difícil digerirlo.

La incursión comenzó el sábado por la noche. Los habitantes del edificio Lubaddeh se despertaron asustados, como les pasa a muchos otros habitualmente; a las 2:15 a.m. las fuerzas israelíes de ocupación invadieron la zona y emprendieron sus actividades; nadie sabía cuál iba a ser esta vez el blanco, sólo podían oír a los soldados israelíes que a través de los altavoces les gritaban y les ordenaban evacuar el edificio. En menos de cinco minutos todos los habitantes, familias enteras, muchos niños, mujeres y ancianos estaban en la calle.

Cuando ya aparecieron todas las familias, los soldados procedieron a hacer una llamada por los altavoces voceando dos nombres: "Sufyan y Ameen…, bajen, están rodeados." Sufyan Qandeel y Ameen Lubaddeh son dos jóvenes que según las fuerzas de ocupación estaban escondidos en el edificio. Los soldados no efectuaron una búsqueda casa por casa como se esperaba. En vez de eso llegó una gran excavadora y comenzó a derribar uno de los muros del edificio. Los residentes que se encontraban allí protestaban gritando desesperadamente: "Criminales… paren esto… Allahu Akbar… Allahu Akbar (Alá es el más grande), pero la excavadora siguió su faena, acompañada por el ruido de fondo de los tiroteos.

Después las fuerzas de ocupación obligaron a los habitantes evacuados a entrar en un edificio vecino y allí retuvieron a más de 100 personas durante horas. La casa de la familia Masri, también ubicada en el vecindario, se utilizó como centro de interrogatorios. Aquellos a quienes obligaron a entrar en ella para interrogarlos se quedaron pasmados ante el equipamiento que los soldados habían instalado en la casa –ordenadores, mapas y otros materiales-. Interrogaron a unos 7 residentes del edificio Lubaddeh y a varios ancianos mayores de 65 años, tratando de conseguir una información que nadie tenía.

Más tarde, a primera hora de la mañana, trajeron otra excavadora que estuvo trabajando durante más de 12 horas y, a pesar de que el edificio estaba completamente vacío, la destrucción continuó deliberadamente demostrando lo que los palestinos ya saben: que la ocupación no necesita excusas para cometer diariamente sus crímenes.

El ejército de ocupación perpetra todas estas brutalidades deliberadamente, sin buscar ninguna justificación; y las barbaridades no terminan ahí. Usaron la escuela que se encuentra en las inmediaciones como barraca militar y los francotiradores se desplegaron por todas partes y se pusieron a disparar aleatoriamente a los habitantes de la zona, incluyendo a algunos niños que tiraban piedras a sus vehículos. Parece ser que eso es lo que entiende, y lo repite constantemente, el ejército israelí como "autodefensa". De los muchachos que lanzaban piedras –ninguno mayor de 18 años-, asesinaron a uno, hirieron a 18 y arrestaron a 4 ó 5 más.

Esta operación injustificable siguió durante la tarde y justo cuando la población pensó que iban a terminar, los soldados obligaron, a través de los altavoces, a todos los residentes de los edificios vecinos a abandonar sus hogares. Todo hacía suponer que los israelíes iban a volar el edificio entero, ya que además exigieron a los habitantes de las dos casas contiguas (también pertenecientes a miembros de la familia Lubaddeh) que abandonasen sus residencias. Después prendieron fuego a las casas con todo lo que había dentro: muebles, equipos eléctricos, ropa y hasta una jaula con canarios.

El resultado final del día: el gran edificio quedó arrasado, sin ninguna posibilidad de restauración; 20 apartamentos destrozados, numerosas tiendas comerciales y edificios de la zona parcialmente dañados, 8 automóviles completamente destruidos, 18 familias sin hogar y ahora más de 125 personas se han quedado esperando compensaciones materiales y morales por los sueños destrozados, las esperanzas truncadas y, lo que es más importante, por los recuerdos perdidos en el lugar donde muchos de ellos nacieron, crecieron y compartieron momentos de felicidad junto a sus seres queridos…

Lo más trágico de la escena no fue ver cómo las excavadoras demolían el edificio, ni mirar a los hombres tragándose las lágrimas o a las mujeres y niños llorando, sino ver a cada una de las personas buscando algún recuerdo entre los escombros. Minutos después de que los soldados israelíes abandonaran el lugar, la gente corrió al edificio a pesar de que los vehículos militares todavía estaban a muy pocos metros. Corrieron a sus hogares mientras los soldados los observaban a muy poca distancia. Lo mismo que ellos fueron testigos de cómo los soldados destruyeron sus casas piedra a piedra… ahora los soldados miraban cómo regresaban ellos para recoger su ropa, libros, álbumes de fotos, juguetes, medallas deportivas y trofeos. Recuerdos… o pedazos de recuerdos.

Cada habitante tiene una historia diferente que contar, pero todos tienen una historia común; la historia del duro trabajo que permite a los padres construir una gran casa familiar en la que se puedan reunir los hijos, primos y nietos. Años de trabajo destrozados en un par de horas. Esta es una historia habitual, que no aceptable, en este país. Pero hasta que el mundo no mire, aunque sea con un solo ojo, no escuche, aunque sea con un solo oído o le importe, aunque sea con una sola lágrima, este día será recordado como cualquier otro: un día normal en Palestina.

* Mira Nabulsi es Coordinadora Asistente del Programa de Intercambio Juvenil Zajel del Departamento de Relaciones Publicas de la Universidad Nacional An Najah de Nablús, Palestina.
Nadia Hasan y Caty R. son miembros de los colectivos de Rebelión y
Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Este artículo se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, la traductrora, la revisora y la fuente.

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