Gaza: Las Mil y una historias
(Por Cristina Ruíz-Cortina para CSCA Web)[1]
Nabil Abu Salmiya murió enterrado bajo los escombros con 8 miembros más de su familia. Por una vez, El País se dignó dedicarle al evento casi una página entera. Aparte de los nueve muertos hubo 30 heridos. Nadie sabe aún por qué atacaron esa casa. Mohammed El Saloul, el vecino que les prestó los primeros auxilios, fue el que nos envió la carta que dio lugar a la presentación de la velada de Gibralfaro.
Hoy vino uno de los tres hijos -que quedaron vivos- del Dr. Nabil. Mohammed, con 20 años dejó muy clara su determinación a seguir viviendo: "La separación fue muy dura, pero no me siento en las ruinas de mi casa a llorar. Voy a la Universidad y cuando acabe buscaré un trabajo y me casaré. Entonces reconstruiré mi casa y a la familia Abu Salmiya". Mohammed tiene unos preciosos ojos verdes y aunque un poco menudo, es cualquier cosa menos una persona con aspecto débil. En su entrevista no nombró ni a Israel ni a la Comunidad Internacional ni a nadie, no hubo siquiera un rasgo de rencor o temor en sus palabras. Cuando me despedí de él me sobrecogió su entereza. Dicen aquí, que en Gaza o eres así o no sobrevives.
El día se ha ido con trabajos, entrevistas y visitas. Fotos, muchas fotos que espero que nos ayuden a poner cara al sufrimiento de Gaza. La última visita ha sido cerca del paso de Karni. A lo lejos se veía una torre militar israelí. En la carretera estaban marcados los herrajes de los tanques y aún sobre el asfalto, los trozos de éste despedazado. Un caso similar al anterior, otra familia, la familia Hajjaj reunida en su casa, en una zona alta y ventilada, con una huerta de olivos. La madre, las hermanas, los más pequeños.... preparaban una barbacoa y tomaban el té. Un misil lanzado de un avión tuvo la indecencia de caer donde la madre y dos hijos estaban sentados. Un misil inteligente, cuyo chip aún se encuentra entre los restos de metralla que la familia ha recogido como pruebas de un acto criminal y vengativo. Entre los heridos, los niños que tardarán mucho en recuperarse: Rani, de 12 años a quien le están reconstruyendo las piernas y los brazos; Ibrahim de 10 años también con graves heridas en las piernas y Khaled con 13 años que pasará el resto de su vida con metralla en la cabeza. Khaled me dijo que prefería el Real Madrid (lo siento Jose) y que quería ser médico en el futuro.
Al regreso al hotel, vi el sol por primera vez como un signo de concordia. Por el ventanuco que hay sobre la ventana del pasillo de la habitación se colaba un haz luminoso y entrar en la habitación y ver el mar me confortó. Por primera vez hoy me he dado una ducha normal, no desesperada por el calor y me asomé a contemplar a los siempre afanosos pescadores en la playa. Por las noches salen algunos barcos de pesca pero no pueden alejarse: siguen bajo asedio. Hubo un intento de romper el asedio e Israel respondió hundiendo dos barcos y asesinando a un pescador. En Gaza 35.000 personas viven directa o indirectamente de la pesca, la situación para ellos es también insostenible.
El mar aquí ya no es otra cosa sino una nueva barrera: la gente ha pasado casi todo el verano sin bajar a la playa porque los barcos de guerra estaban apostados cerca de la costa; los pescadores no podían salir, y para colmo de males, (en las crónicas de los desastres ecológicos nunca figura Gaza, con sus infernales pudrideros de basuras), debe ser que Gaza no existe para los ecologistas. Tan alarmados por las mareas negras en otros lugares, la rotura del saneamiento de la zona sur por los bombardeos israelíes, a principios de julio, está dando lugar a una permanente marea negra en el sur de la Franja que mañana intentaré fotografiar pues me llevará Anwar por la mañana.
Aquí no me dejan sola ni a sol ni a sombra. Por razones de seguridad, apenas puedo escaparme por las mañanas y llegar andando a la oficina que está como quien dice a la vuelta de la esquina. En realidad hay mucha inquietud en el ambiente y el hecho de que no se haya llegado a un acuerdo de nuevo gobierno está exasperando los ánimos de mucha gente que quiere, necesita, un poco de normalidad en sus vidas. Khalil me decía hoy que las cosas más cotidianas eran muy difíciles de encontrar, por ejemplo, el 1 de septiembre comenzó el curso para los niños y no hubo forma de encontrar zapatos para ellos porque no entra nada por la frontera.
En estos días comenzará el Ramadán. ¡¡Vaya experiencia!! Creo que sólo en Ramadán los cristianos se aventuran al atardecer a bañarse en la playa con bañadores normales... ¿o será también una leyenda?
Los buldózeres no saben llamar a la puerta
Desde la primera vez que envié mi propuesta de programa, había pedido una entrevista con Ihsam el Farra, director del silo y molino que abastece de trigo a casi toda la Franja de Gaza. El 12 de julio, el mismo día que asesinaron a la familia Salmeya, el ejército ocupó el granero de Gaza e interrumpió los trabajos y la salida de trigo. El silo está en medio de una amplia llanura en el interior de Gaza, en el centro/sur de la Franja. Desde la terraza situada en la sexta planta dominan prácticamente toda la zona.
Yo sabía que había sido ocupado en julio y que se interrumpió la entrega de trigo a la UNRWA y al Programa Mundial de Alimentación. Pero lo que no sabía es que desde el inicio de la Intifada y hasta que salió el último soldado y el último colono en el 2005, había estado ocupado.
El silo, que es una empresa privada, se empezó a construir en el año 1995 y empezó su actividad en 1999. Su producción de 250 toneladas de harina/día cayó a la mitad a causa de la ocupación. Los horarios fueron más restrictivos, no se dejaba funcionar al silo ni al molino durante la noche y los cambios de turnos se hacían bajo la supervisión militar israelí. Con frecuencia mandaban agruparse y alinearse a los trabajadores y les pedían la identificación.
En julio los soldados entraron allí de nuevo como si fuera su casa, pues conocían bien cada esquina del edificio. Los programas que tenían con la UNWRA y WFP que debían haberse cumplido en ese mismo mes, aún están por cumplir, no sólo por la ocupación, sino por el embargo de bienes que ha establecido Israel al impedir la entrada de trigo en Gaza. En la frontera de Karni esperan más de 6.000 toneladas de trigo pagadas que se acabarán pudriendo si no interviene la Comunidad Internacional.
Esta era la segunda entrevista del día. Pero entre ésta y la siguiente surgió otra historia por casualidad. Íbamos andando por un camino de tierra a ver a una mujer a la que los soldados habían ocupado la casa. La mujer viuda desde hace unos años tiene cuatro niños pequeños. En el camino encontramos un camión y un buldozer con banderas blancas. En el camino habíamos visto también algunas casitas con banderas blancas. Era la primera vez que veía eso, y sobre todo me llamó la atención que el buldozer fuera con la bandera bien visible sobre la parte superior. Les preguntamos a los trabajadores. Nos dijeron que los israelíes les obligaban a estar identificados y que además cada uno de los trabajadores debía llevar un casco naranja, un chaleco reflectante y un pantalón negro. A lo lejos, detrás de los cultivos se veía la torre de control. Seguimos nuestro camino un poco sobrecogidos, a campo abierto, caminando cuatro personas extrañas, sin cascos, sin pantalones negros ¿pensarían que éramos terroristas?
La mujer nos explicó cómo los buldózeres no saben llamar a la puerta y simplemente te la tiran. Le daba de comer a los niños cuando sintió el bramido del buldozer y la puerta y parte de la pared se vino encima. Luego dió la vuelta y como un animal enfermo y rabioso, golpeó por atrás la casa, arrasó la pequeña huerta y luego por el otro lado, y por el otro... Se refugieron en el cuarto de baño del interior y gritaba que había gente allí. Podría seguir contando sobre la arbitrariedad de los soldados, pero para qué ¿no es suficiente saber que en esa casa vivía una sola mujer con cuatro niños de 9 a 4 años? ¿Qué buscaban? Finalmente los expulsaron de la casa y la ocuparon los soldados. Cuando volvió todo estaba destrozado, lleno de basura y le habían robado el poco dinero que tenía y las pocas joyas que dejó tras de sí una vida llena de dificultades.
De vuelta a Rafah, me da la impresión de que nos estamos encontrando todos los mercados del mundo. Las calles bulliciosas llenas de gente, los puestos del mercado antiguo, las especias, los condimentos, las hierbas típicas de las sopas del Ramadán, las frutas de temporada, los jugosos tomates. Por la calle los carros pequeños se hacen la competencia por pasar y los coches estorban en ciudades que no están hechas para eso. Aquí diría que la sociedad palestina es multiracial, si no fuera porque detesto la palabra raza, ese invento hecho para diferenciarnos. Puedo decir que es colorista y rica como el mercado, a pesar del embargo y la ocupación. Íbamos a Rafah a ver una familia que el 30 de julio recibió la "amable" visita del ejército israelí. Vinieron a detener a alguien y como no se lo encontraron, detuvieron a otro, ocuparon las casas de la familia Abu Snaima (casas paupérrimas en medio del campo) maltrataron a los niños, y robaron, hecho éste que se ha vuelto muy habitual este verano. No había ningún muerto en esta historia, por eso al principio no entendía qué me estaban contando, ni había prestado atención a los carteles de Jihad Suleyman Abu Snaima de 14 años.
De vuelta a Gaza, vimos por los postes del camino la foto colgada del niño asesinado cerca del aeropuerto el 10 de septiembre. La madre sólo nos pudo decir que su hijo estaba sentado con su primo en la parte trasera de la casa, que escuchó una explosión y que simplemente se encontró a su hijo muerto. Para acceder a la casa hay que desviarse muchas veces por los caminos de Rafah, y tomar finalmente un estrechísimo camino bordeado de chumberas donde puebla la miseria. Malek, mi traductor, es un hombre cultísimo con el que da gusto hablar y está siendo buen compañero en estas andanzas. Es musulmán practicante, hace, como todos, Ramadán. A veces se ha visto en dificultades para traducir, se quedaba mirando las manos y luego me miraba. Creo que se ha callado muchas palabras de horror. También creo que ambos hemos llorado. Aquí se llora pero no se para, es lo bueno, que no se pare, que no sirva el dolor para que te pueda más que la rabia.
Me quedan pocos días aquí. Desde la ventana del hotel esta noche se ve y se escucha el mar y el fuego cruzado. Hay muchos barcos en el mar. Por algún motivo desde hace más de una hora se escucha y se ve el fuego de artillería que viene desde el mar. Durante todos estos días los aviones han sobrevolado Gaza, por las noches se escuchan también helicópteros y en fin, se mantiene una estrecha vigilancia de la zona. Trasmito la desmoralización general de la gente. ¡Qué poco hacemos desde Europa!
En el barrio de al-Tuffa
No deseo enviar crónicas para la desesperanza. Al menos no para una esperanza desmovilizadora. Ya sé que algunas cosas son fuertes, pero no creo que ocultarlas sea la solución y yo he querido tomarme mi tiempo para ponerles caras a las víctimas de este verano. Estoy aquí por eso, porque ha sido demasiado lo que ha ocurrido y nadie se ha percatado. Porque una vez más las guerras de Oriente Próximo las pierden los palestinos, aunque ellos no tengan nada que ver. Porque la guerra del Líbano hizo volver la cara de todo el mundo hacia otro lado y desviar los esfuerzos de la prensa, los diplomáticos y humanitarios. Aquí la gente sobrevive con una gran desesperanza respecto a nosotros, algo esperaban de Europa pero no reciben más que sanciones.
Esta mañana fui a la zona norte de Gaza conocida como Al-Tuffa. El 27 de julio y durante cinco días, el ejército israelí hizo la incursión más dura en la zona que se conozca. Murieron 22 personas, entre ellas una niña de tres años. Arrasaron centenares de olivos, destruyeron 8 casas completamente y otras 16 parcialmente, tres granjas destruidas, 6 coches, entre ellos un taxi y la fábrica de galletas del barrio perteneciente a Hatem Kamal al-Ai.
Abdallah Ahmad El-Sirgawi tiene 43 años y ha empezado su vida desde cero ya varias veces. Tiene nueve hijos. La tumba de su abuelo, que está junto al taller en esta zona hoy desolada de Al Tuffa, salvó su taller de ser destruido. El buldozer, esta vez, se paró ante la tumba. Abdallah nos recibe como reciben siempre los palestinos a la gente. Bajo un porche improvisado que nos defiende del calor y de la tremenda luz de Gaza, insiste en que tomé café, aunque yo le diga por tres veces que no, que estamos en Ramadán y que no me parece bien. Al poco aparece uno de los hijos mayores con una tacita pequeña de humeante y oloroso café con cardamomo que - a decir verdad - me supo a gloria, y un vaso de agua fresca.
Después del relato de los hechos no me extrañó haber visto por la calle las fotos de los muertos de todas las edades, niños, adultos, ancianos, jóvenes con uniforme de policía, incluso uno con la orla de doctor. Había carteles con las fotos por todos lados. Nos acercábamos a al-Tuffa.
Abdallah relata que la incursión militar duró cinco días. Cinco largos días de asedio en los que nadie podía entrar o salir de las casas y ni siquiera asomarse porque había francotiradores apostados en todo el barrio y disparaban a matar. No se amilanó lo más mínimo y levantando el dedo índice de su mano derecha, este hombre robusto y duro dijo que retaba a todo el Estado de Israel a demostrar que desde esa zona se hubiera lanzado alguna vez algún cohete o se hubiera atacado la frontera. "Lo han hecho para expulsarnos, para matarnos, porque quieren la tierra". Los vecinos se acercan, uno comenta que perdió también cinco dunums de olivares, con el pozo y una alberca; otro perdió su casa que fue arrasada simplemente para abrir el paso de los tanques, y también su taxi, que estaba en la puerta. Otros nos dicen que si son los niños culpables de algo. Los niños se arremolinan, se sientan en el suelo, hablan entre ellos e intervienen también en la conversación. El viento se apodera del campo ahora sin árboles y el aire se llena de polvo que siento también en mis manos y sobre la página del cuaderno en el que tomo las notas. También comienza a desdibujar las verdes hojas, ya secas, de los olivos arrancados.
Abdallah le dice algo a los niños y nos traen auriculares que tiene él de protección de cuándo tenía una fábrica de placas de granito en la frontera de Israel. "Mirad -nos dijo- durante los cinco días se los poníamos a los niños para que descansaran el ruido y del horror de los disparos, para que pudieran dormir al menos unas horas.
La otra foto no existe. Hemos ido a otra casa donde los muertos fueron varios y la más dura e inocente, la de la madre, que se asomó por la escalera a auxiliar a sus hijos y la mataron. Tengo fotos de la familia, de la casa, de la terraza donde estaban asomados, de la escalera por donde subía la madre. Pero no hay foto de ella. En las calles se ven carteles con tres imágenes de hombre que deben ser honrados como "mártires" como a ellos les gusta decir, pero no existe la foto de la madre. Y ya no es que, en su cultura, no deseen exponer la foto de Sabah Harara de 45 años por las calles de Gaza, para que la honren los vecinos junto con su familia, sino que no existe foto de esta mujer tampoco. Esta vez ni siquiera han revuelto la casa para ver si daban con alguna imagen de esa mujer. El protagonismo de los hombres en algunos ambientes es demoledor.
El mar está hoy revuelto. Revuelto o resuelto. Resuelto, digo a darme la noche, pues se escuchan de nuevo disparos. Dicen que lo de anoche eran los israelíes que quieren amilanar a los barcos palestinos, pero anoche no se movía nadie de su lugar y al final, después de más de una hora, cesaron los ataques. Esto es estado de sitio total. Los helicópteros nos sobrevuelan todo el tiempo, y hay un avión espía al que los palestinos le han puesto nombre de mujer y que sobrevuela 24 horas el cielo de Gaza tomando fotos de todo y controlando todos los movimientos. En la frontera, a una le sobrecoge ver esas grises torres militares medievales que monitorizan cada palmo del terreno. Hay un asedio total y nadie dice nada.
Aquí siguen preparados para lo peor....
Nabil Abu Salmiya murió enterrado bajo los escombros con 8 miembros más de su familia. Por una vez, El País se dignó dedicarle al evento casi una página entera. Aparte de los nueve muertos hubo 30 heridos. Nadie sabe aún por qué atacaron esa casa. Mohammed El Saloul, el vecino que les prestó los primeros auxilios, fue el que nos envió la carta que dio lugar a la presentación de la velada de Gibralfaro.
Hoy vino uno de los tres hijos -que quedaron vivos- del Dr. Nabil. Mohammed, con 20 años dejó muy clara su determinación a seguir viviendo: "La separación fue muy dura, pero no me siento en las ruinas de mi casa a llorar. Voy a la Universidad y cuando acabe buscaré un trabajo y me casaré. Entonces reconstruiré mi casa y a la familia Abu Salmiya". Mohammed tiene unos preciosos ojos verdes y aunque un poco menudo, es cualquier cosa menos una persona con aspecto débil. En su entrevista no nombró ni a Israel ni a la Comunidad Internacional ni a nadie, no hubo siquiera un rasgo de rencor o temor en sus palabras. Cuando me despedí de él me sobrecogió su entereza. Dicen aquí, que en Gaza o eres así o no sobrevives.
El día se ha ido con trabajos, entrevistas y visitas. Fotos, muchas fotos que espero que nos ayuden a poner cara al sufrimiento de Gaza. La última visita ha sido cerca del paso de Karni. A lo lejos se veía una torre militar israelí. En la carretera estaban marcados los herrajes de los tanques y aún sobre el asfalto, los trozos de éste despedazado. Un caso similar al anterior, otra familia, la familia Hajjaj reunida en su casa, en una zona alta y ventilada, con una huerta de olivos. La madre, las hermanas, los más pequeños.... preparaban una barbacoa y tomaban el té. Un misil lanzado de un avión tuvo la indecencia de caer donde la madre y dos hijos estaban sentados. Un misil inteligente, cuyo chip aún se encuentra entre los restos de metralla que la familia ha recogido como pruebas de un acto criminal y vengativo. Entre los heridos, los niños que tardarán mucho en recuperarse: Rani, de 12 años a quien le están reconstruyendo las piernas y los brazos; Ibrahim de 10 años también con graves heridas en las piernas y Khaled con 13 años que pasará el resto de su vida con metralla en la cabeza. Khaled me dijo que prefería el Real Madrid (lo siento Jose) y que quería ser médico en el futuro.
Al regreso al hotel, vi el sol por primera vez como un signo de concordia. Por el ventanuco que hay sobre la ventana del pasillo de la habitación se colaba un haz luminoso y entrar en la habitación y ver el mar me confortó. Por primera vez hoy me he dado una ducha normal, no desesperada por el calor y me asomé a contemplar a los siempre afanosos pescadores en la playa. Por las noches salen algunos barcos de pesca pero no pueden alejarse: siguen bajo asedio. Hubo un intento de romper el asedio e Israel respondió hundiendo dos barcos y asesinando a un pescador. En Gaza 35.000 personas viven directa o indirectamente de la pesca, la situación para ellos es también insostenible.
El mar aquí ya no es otra cosa sino una nueva barrera: la gente ha pasado casi todo el verano sin bajar a la playa porque los barcos de guerra estaban apostados cerca de la costa; los pescadores no podían salir, y para colmo de males, (en las crónicas de los desastres ecológicos nunca figura Gaza, con sus infernales pudrideros de basuras), debe ser que Gaza no existe para los ecologistas. Tan alarmados por las mareas negras en otros lugares, la rotura del saneamiento de la zona sur por los bombardeos israelíes, a principios de julio, está dando lugar a una permanente marea negra en el sur de la Franja que mañana intentaré fotografiar pues me llevará Anwar por la mañana.
Aquí no me dejan sola ni a sol ni a sombra. Por razones de seguridad, apenas puedo escaparme por las mañanas y llegar andando a la oficina que está como quien dice a la vuelta de la esquina. En realidad hay mucha inquietud en el ambiente y el hecho de que no se haya llegado a un acuerdo de nuevo gobierno está exasperando los ánimos de mucha gente que quiere, necesita, un poco de normalidad en sus vidas. Khalil me decía hoy que las cosas más cotidianas eran muy difíciles de encontrar, por ejemplo, el 1 de septiembre comenzó el curso para los niños y no hubo forma de encontrar zapatos para ellos porque no entra nada por la frontera.
En estos días comenzará el Ramadán. ¡¡Vaya experiencia!! Creo que sólo en Ramadán los cristianos se aventuran al atardecer a bañarse en la playa con bañadores normales... ¿o será también una leyenda?
Los buldózeres no saben llamar a la puerta
Desde la primera vez que envié mi propuesta de programa, había pedido una entrevista con Ihsam el Farra, director del silo y molino que abastece de trigo a casi toda la Franja de Gaza. El 12 de julio, el mismo día que asesinaron a la familia Salmeya, el ejército ocupó el granero de Gaza e interrumpió los trabajos y la salida de trigo. El silo está en medio de una amplia llanura en el interior de Gaza, en el centro/sur de la Franja. Desde la terraza situada en la sexta planta dominan prácticamente toda la zona.
Yo sabía que había sido ocupado en julio y que se interrumpió la entrega de trigo a la UNRWA y al Programa Mundial de Alimentación. Pero lo que no sabía es que desde el inicio de la Intifada y hasta que salió el último soldado y el último colono en el 2005, había estado ocupado.
El silo, que es una empresa privada, se empezó a construir en el año 1995 y empezó su actividad en 1999. Su producción de 250 toneladas de harina/día cayó a la mitad a causa de la ocupación. Los horarios fueron más restrictivos, no se dejaba funcionar al silo ni al molino durante la noche y los cambios de turnos se hacían bajo la supervisión militar israelí. Con frecuencia mandaban agruparse y alinearse a los trabajadores y les pedían la identificación.
En julio los soldados entraron allí de nuevo como si fuera su casa, pues conocían bien cada esquina del edificio. Los programas que tenían con la UNWRA y WFP que debían haberse cumplido en ese mismo mes, aún están por cumplir, no sólo por la ocupación, sino por el embargo de bienes que ha establecido Israel al impedir la entrada de trigo en Gaza. En la frontera de Karni esperan más de 6.000 toneladas de trigo pagadas que se acabarán pudriendo si no interviene la Comunidad Internacional.
Esta era la segunda entrevista del día. Pero entre ésta y la siguiente surgió otra historia por casualidad. Íbamos andando por un camino de tierra a ver a una mujer a la que los soldados habían ocupado la casa. La mujer viuda desde hace unos años tiene cuatro niños pequeños. En el camino encontramos un camión y un buldozer con banderas blancas. En el camino habíamos visto también algunas casitas con banderas blancas. Era la primera vez que veía eso, y sobre todo me llamó la atención que el buldozer fuera con la bandera bien visible sobre la parte superior. Les preguntamos a los trabajadores. Nos dijeron que los israelíes les obligaban a estar identificados y que además cada uno de los trabajadores debía llevar un casco naranja, un chaleco reflectante y un pantalón negro. A lo lejos, detrás de los cultivos se veía la torre de control. Seguimos nuestro camino un poco sobrecogidos, a campo abierto, caminando cuatro personas extrañas, sin cascos, sin pantalones negros ¿pensarían que éramos terroristas?
La mujer nos explicó cómo los buldózeres no saben llamar a la puerta y simplemente te la tiran. Le daba de comer a los niños cuando sintió el bramido del buldozer y la puerta y parte de la pared se vino encima. Luego dió la vuelta y como un animal enfermo y rabioso, golpeó por atrás la casa, arrasó la pequeña huerta y luego por el otro lado, y por el otro... Se refugieron en el cuarto de baño del interior y gritaba que había gente allí. Podría seguir contando sobre la arbitrariedad de los soldados, pero para qué ¿no es suficiente saber que en esa casa vivía una sola mujer con cuatro niños de 9 a 4 años? ¿Qué buscaban? Finalmente los expulsaron de la casa y la ocuparon los soldados. Cuando volvió todo estaba destrozado, lleno de basura y le habían robado el poco dinero que tenía y las pocas joyas que dejó tras de sí una vida llena de dificultades.
De vuelta a Rafah, me da la impresión de que nos estamos encontrando todos los mercados del mundo. Las calles bulliciosas llenas de gente, los puestos del mercado antiguo, las especias, los condimentos, las hierbas típicas de las sopas del Ramadán, las frutas de temporada, los jugosos tomates. Por la calle los carros pequeños se hacen la competencia por pasar y los coches estorban en ciudades que no están hechas para eso. Aquí diría que la sociedad palestina es multiracial, si no fuera porque detesto la palabra raza, ese invento hecho para diferenciarnos. Puedo decir que es colorista y rica como el mercado, a pesar del embargo y la ocupación. Íbamos a Rafah a ver una familia que el 30 de julio recibió la "amable" visita del ejército israelí. Vinieron a detener a alguien y como no se lo encontraron, detuvieron a otro, ocuparon las casas de la familia Abu Snaima (casas paupérrimas en medio del campo) maltrataron a los niños, y robaron, hecho éste que se ha vuelto muy habitual este verano. No había ningún muerto en esta historia, por eso al principio no entendía qué me estaban contando, ni había prestado atención a los carteles de Jihad Suleyman Abu Snaima de 14 años.
De vuelta a Gaza, vimos por los postes del camino la foto colgada del niño asesinado cerca del aeropuerto el 10 de septiembre. La madre sólo nos pudo decir que su hijo estaba sentado con su primo en la parte trasera de la casa, que escuchó una explosión y que simplemente se encontró a su hijo muerto. Para acceder a la casa hay que desviarse muchas veces por los caminos de Rafah, y tomar finalmente un estrechísimo camino bordeado de chumberas donde puebla la miseria. Malek, mi traductor, es un hombre cultísimo con el que da gusto hablar y está siendo buen compañero en estas andanzas. Es musulmán practicante, hace, como todos, Ramadán. A veces se ha visto en dificultades para traducir, se quedaba mirando las manos y luego me miraba. Creo que se ha callado muchas palabras de horror. También creo que ambos hemos llorado. Aquí se llora pero no se para, es lo bueno, que no se pare, que no sirva el dolor para que te pueda más que la rabia.
Me quedan pocos días aquí. Desde la ventana del hotel esta noche se ve y se escucha el mar y el fuego cruzado. Hay muchos barcos en el mar. Por algún motivo desde hace más de una hora se escucha y se ve el fuego de artillería que viene desde el mar. Durante todos estos días los aviones han sobrevolado Gaza, por las noches se escuchan también helicópteros y en fin, se mantiene una estrecha vigilancia de la zona. Trasmito la desmoralización general de la gente. ¡Qué poco hacemos desde Europa!
En el barrio de al-Tuffa
No deseo enviar crónicas para la desesperanza. Al menos no para una esperanza desmovilizadora. Ya sé que algunas cosas son fuertes, pero no creo que ocultarlas sea la solución y yo he querido tomarme mi tiempo para ponerles caras a las víctimas de este verano. Estoy aquí por eso, porque ha sido demasiado lo que ha ocurrido y nadie se ha percatado. Porque una vez más las guerras de Oriente Próximo las pierden los palestinos, aunque ellos no tengan nada que ver. Porque la guerra del Líbano hizo volver la cara de todo el mundo hacia otro lado y desviar los esfuerzos de la prensa, los diplomáticos y humanitarios. Aquí la gente sobrevive con una gran desesperanza respecto a nosotros, algo esperaban de Europa pero no reciben más que sanciones.
Esta mañana fui a la zona norte de Gaza conocida como Al-Tuffa. El 27 de julio y durante cinco días, el ejército israelí hizo la incursión más dura en la zona que se conozca. Murieron 22 personas, entre ellas una niña de tres años. Arrasaron centenares de olivos, destruyeron 8 casas completamente y otras 16 parcialmente, tres granjas destruidas, 6 coches, entre ellos un taxi y la fábrica de galletas del barrio perteneciente a Hatem Kamal al-Ai.
Abdallah Ahmad El-Sirgawi tiene 43 años y ha empezado su vida desde cero ya varias veces. Tiene nueve hijos. La tumba de su abuelo, que está junto al taller en esta zona hoy desolada de Al Tuffa, salvó su taller de ser destruido. El buldozer, esta vez, se paró ante la tumba. Abdallah nos recibe como reciben siempre los palestinos a la gente. Bajo un porche improvisado que nos defiende del calor y de la tremenda luz de Gaza, insiste en que tomé café, aunque yo le diga por tres veces que no, que estamos en Ramadán y que no me parece bien. Al poco aparece uno de los hijos mayores con una tacita pequeña de humeante y oloroso café con cardamomo que - a decir verdad - me supo a gloria, y un vaso de agua fresca.
Después del relato de los hechos no me extrañó haber visto por la calle las fotos de los muertos de todas las edades, niños, adultos, ancianos, jóvenes con uniforme de policía, incluso uno con la orla de doctor. Había carteles con las fotos por todos lados. Nos acercábamos a al-Tuffa.
Abdallah relata que la incursión militar duró cinco días. Cinco largos días de asedio en los que nadie podía entrar o salir de las casas y ni siquiera asomarse porque había francotiradores apostados en todo el barrio y disparaban a matar. No se amilanó lo más mínimo y levantando el dedo índice de su mano derecha, este hombre robusto y duro dijo que retaba a todo el Estado de Israel a demostrar que desde esa zona se hubiera lanzado alguna vez algún cohete o se hubiera atacado la frontera. "Lo han hecho para expulsarnos, para matarnos, porque quieren la tierra". Los vecinos se acercan, uno comenta que perdió también cinco dunums de olivares, con el pozo y una alberca; otro perdió su casa que fue arrasada simplemente para abrir el paso de los tanques, y también su taxi, que estaba en la puerta. Otros nos dicen que si son los niños culpables de algo. Los niños se arremolinan, se sientan en el suelo, hablan entre ellos e intervienen también en la conversación. El viento se apodera del campo ahora sin árboles y el aire se llena de polvo que siento también en mis manos y sobre la página del cuaderno en el que tomo las notas. También comienza a desdibujar las verdes hojas, ya secas, de los olivos arrancados.
Abdallah le dice algo a los niños y nos traen auriculares que tiene él de protección de cuándo tenía una fábrica de placas de granito en la frontera de Israel. "Mirad -nos dijo- durante los cinco días se los poníamos a los niños para que descansaran el ruido y del horror de los disparos, para que pudieran dormir al menos unas horas.
La otra foto no existe. Hemos ido a otra casa donde los muertos fueron varios y la más dura e inocente, la de la madre, que se asomó por la escalera a auxiliar a sus hijos y la mataron. Tengo fotos de la familia, de la casa, de la terraza donde estaban asomados, de la escalera por donde subía la madre. Pero no hay foto de ella. En las calles se ven carteles con tres imágenes de hombre que deben ser honrados como "mártires" como a ellos les gusta decir, pero no existe la foto de la madre. Y ya no es que, en su cultura, no deseen exponer la foto de Sabah Harara de 45 años por las calles de Gaza, para que la honren los vecinos junto con su familia, sino que no existe foto de esta mujer tampoco. Esta vez ni siquiera han revuelto la casa para ver si daban con alguna imagen de esa mujer. El protagonismo de los hombres en algunos ambientes es demoledor.
El mar está hoy revuelto. Revuelto o resuelto. Resuelto, digo a darme la noche, pues se escuchan de nuevo disparos. Dicen que lo de anoche eran los israelíes que quieren amilanar a los barcos palestinos, pero anoche no se movía nadie de su lugar y al final, después de más de una hora, cesaron los ataques. Esto es estado de sitio total. Los helicópteros nos sobrevuelan todo el tiempo, y hay un avión espía al que los palestinos le han puesto nombre de mujer y que sobrevuela 24 horas el cielo de Gaza tomando fotos de todo y controlando todos los movimientos. En la frontera, a una le sobrecoge ver esas grises torres militares medievales que monitorizan cada palmo del terreno. Hay un asedio total y nadie dice nada.
Aquí siguen preparados para lo peor....
0 Comments:
Post a Comment
<< Home